02 enero, 2011

El papel de la mujer a partir de la Transición


Ya lo dijo el socialista Alfonso Guerra al inicio de la Transición: "A España no la va a conocer ni la madre que lo parió". A partir de la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, muchas cosas cambiaron en nuestro país y una de ellas fue el papel de la mujer. La Constitución de 1978 reconoció de nuevo derechos y libertades a la mujer, como el voto o la igualdad con el hombre (con la salvedad del tema de la Ley Sálica que ya explicamos en este blog).



La Transición española, periodo que se inicia a partir de 1975, provocó unas profundas transformaciones demográficas, así es que la tasa de natalidad ha descendido notablemente desde entonces, de un 19,55% en 1970 a un 10,17% veinte años después. Quizá por la profunda transformación de la mentalidad y de las costumbres en los últimos decenios.

Factores como el nivel de vida o la descristianización han sido causantes de este descenso de natalidad, pero también hay que observar dos cambios sociales muy importantes, uno de ellos ha sido la ruptura del esquema tradicional de la familia, a cuya madre correspondía el papel de ama de casa, quien ahora trabaja ya no sólo dentro del hogar sino también fuera de él.

Otro dato de interés es la tendencia a la baja tasa de nupcialidad y el retraso en la edad de matrimonio a partir de la década de los 90; esto es principalmente, debido a que las jóvenes actualmente dan mayor importancia a los estudios y al trabajo retasando así el matrimonio y la maternidad llevándola al limite de la edad fértil.

Desde 1970 el número de mujeres analfabetas ha ido disminuyendo con un notable aumento a partir de la década de los ochenta, así pues en 1982 el numero de mujeres analfabetas era de un 10.3% y en 1992 se redujo al 7%. Esta reducción se debe a la ley general de educación de 1970 en la que se declara que la enseñanza en España es obligatoria y gratuita y que el derecho de todos los españoles a la educación no podrá ser objeto de discriminación.

En la actualidad ha ido incrementado el número de mujeres que poseen estudios medios o formación profesional así como titulación superior.

Un dato que cabe señalar es que el numero de mujeres matriculadas en universidades frente al numero de hombres es menor, pero curiosamente son ellas las que finalizan sus estudios, mientras que ellos abandonan antes de terminarlos (en el curso 1990-1991, el número de mujeres que finalizaron la enseñanza universitaria fue de 64.934 frente a 46.540 hombres.), esto está ligado al ámbito familiar que aun persiste actualmente.; así pues la formación de los hombres están ligada a estudios de corta duración, más prácticos a la hora de una factible inserción laboral, mientras que los estudios de las mujeres abarcan mayores periodos de escolarización lo que indica mayor respeto social.

Vinculado a este factor también se encuentra la de área dentro de la enseñanza, así hay un mayor número de mujeres que eligen titulaciones de Humanidades que Ingenierías. Esto se debe al plano económico y a que hoy en día aún siguen vigentes patrones marcados por el género a la hora de elegir estudios.

Uno de los procesos del cambio social que se realiza durante la transición política a la democracia y que afectan específicamente a las mujeres, es el de la progresiva participación de éstas en el mercado de trabajo. La tasa de actividad de las mujeres ha ido aumentando desde 1981, a pesar de que hoy todavía es una de las más bajas de la Comunidad Europea: el 33,5% de la población activa total, cifra notablemente por debajo de la media comunitaria, que está alrededor del 45%.

Los factores estructurales que favorecen esta progresión, son el fuerte aumento del nivel educativo y los decrecientes niveles de fecundidad. En 1975 el índice sintético estaba en el 2,80 y ha ido disminuyendo hasta situarse en el 1,63 en 1987.

Estos datos son algunos datos indicativos procedente de estadísticas oficiales que permiten deducir la relación entre mujeres de mayor nivel educativo con su elección de fecundidad. Es el punto de vista de los propios interese de las mujeres cara la mercado de trabajo el que crea esa relación que se ha visto fortalecida por el acceso a la información sobre anticonceptivos y aborto.

Los dos procesos sociales, la progresiva participación en el mercado de trabajo y la disminución del índice de fecundidad, son independientes de las condiciones económicas generales. Puede darse mayor tasa de paro femenino- de hecho, el paro suele golpear más a las mujeres que a los varones- pero descenso de la actividad. La vuelta atrás –regreso al hogar-, como preconizaron algunos análisis a finales de los años setenta, no parece que este en el horizonte.

El movimiento feminista emerge en España inmediatamente tras la muerte del General Franco, con un retraso de cinco a siete años sobre otros países europeos y en medio de un fuerte clima de reivindicaciones sociales, sustentado por partidos de izquierda. Este clima se mantendrá desde aquel invierno de 1975 hasta el refrendo popular de la Constitución en 1978, que recogía en el Art.14 la igualdad de los españoles ante la ley, sin que prevalezca discriminación por sexo, religión u opinión o cualquier circunstancia personal o social.

El retraso tiene como principal consecuencia que en el contexto español no se llegaran a dar los efectos de mayo de 1968, que propició la autonomía del movimiento en muchos países europeos. La dominación de la izquierda en las imágenes de cambio facilitó, por el contrario, la dependencia del movimiento en el contexto de reformas que supuso la transición política a la democracia.

Desde sus primeros meses de existencia, ya se distinguen los que serian las dos tenencias sustanciales: grupos autónomos de mujeres radicados en Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia y en menos medida en otras zonas del país y, por otro lado, las secciones feministas de los partidos de izquierda, fuertemente activistas. Los movimientos por las causas expuestas, quedarán marcado por el reformismo que impone esta segunda tendencia.

La principal fuente de reformas concretas de la legislación que iba a dominar la actividad del movimiento, tenía que empezar de modo forzoso desde muy abajo. No hay que olvidar que hasta pocos meses antes de la muerte de Franco y gracias a la presión sostenida durante años de algunas abogadas en solitario, María Telo entre ellas, que consiguió entonces la modificación del Código civil, las mujeres casadas no podían disponer de sus bienes parafernales, ni aceptar herencias, ni comparecer en juicio por si mismas, ni contratar. La labor de Telo consigue que la figura del marido como cabeza de familia desaparezca finalmente del Código, destructurando así una situación humillante para la mayoría de las mujeres. Esto ocurría en mayo de 1975.

Las primeras campañas sostenidas por las mujeres, ya en movimiento, fueron " yo también soy adúltera", que se mantiene hasta la despenalización de los delitos de adulterio y amancebamiento,1978; la campaña pro venta y publicidad de anticonceptivos, actos penalizados hasta 1978;actos diversos centrados en el derecho a la educación y al trabajo y llamadas contra los malos tratos y agresiones sexuales.

Las campañas de reforma culminaron con la consecución del derecho al divorcio, legislado en 1981, y el derecho al aborto, legislado en 1985, campaña aún abierta en 1991, ya que la aplicación de la ley, por su carácter restrictivo, no ha resultado satisfactoria para las mujeres.

Estas principales campañas concentraron buena parte de la actividad del movimiento, que iba siendo liderado por mujeres adscritas a partidos de izquierda, con el apoyo de los grupos minoritarios autónomos, cuya interacción hacia aflorar de modo tenso la cuestión de la propia autonomía del movimiento feminista, su propio destino. Si para los grupos autónomos la interacción suponía una limitación al avance de su propio discurso, para las mujeres de doble militancia -en el partido y en le movimiento- la interacción suponía entrar en contradicción con los intereses del partido en el que se encontraban integradas. La escisión, fragmentación y creación de nuevos grupos es constante durante los setenta y ochenta, en esa década, el movimiento pierde toda perspectiva unitaria y se caracteriza por la existencia de grupos especializados en instancias determinadas.

La cuestión de la participación de las mujeres en las instituciones políticas legitimadas ha sido central en la segunda mitad de los ochenta. El PSOE, en el poder desde finales de 1982, aprueba en 1988 que el 25% de sus listas electorales, de cualquier rango, sea compuesto por mujeres. Poco después la coalición de IU subiría la cuota al 35%. Y así, de una representaron parlamentaria de mujeres del 6,4% en 1986, se pasaba al 13,4% en 1989. Aunque la minoría suya siendo exigua, la cifra que daba doblada generosamente en el intervalo de sólo tres años.

Campañas concretas de sensibilización hacia esta participación de las mujeres buscaban el consenso entre un sector de mujeres de partidos y sindicatos y los grupos feministas con el objetivo de lograr plataformas estables de coordinación, diálogo y presión. Estas plataformas, como Lobby Europeo de Mujeres y la Comisión de Seguimiento del plan de igualdad, se han desgastado con frecuencia en interminables discusiones reglamentarias, ante la resistencia de cada grupo a reconocer el pequeño poder del grupo de al lado. Los pactos entre mujeres, como poder de transformar la realidad, todavía resultan ser una meta.

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